El nacimiento de la mujer centella

A mi madre…

Nadie sabe el día en que nació, pero ella -pequeña sílfide-, años más tarde con voz de trueno sentenció su nacimiento un nueve de enero, y a partir de ahí, cual bruja del viento se reinventó a sí misma y definió su futuro a voluntad de diosa.

Nació en la ciudad de México remembran los viejos, pero nada es seguro en su historia. Entre lagrimas contaba mi abuelo, sí!… el viejo trovador con alma de escritor y espíritu de chamán que la llevó entre sus brazos, frágil, moribunda, de rodillas a la basílica para que la santa madre, virgen de las vírgenes la salvara. Ella nunca supo quien fue su madre, una gitana hechicera tal vez o una sirena del mediterráneo perdida en costas mexicanas, del vientre de la Malinche apasionada, quizás de un árbol de ceiba maya o del grito fulminante de la guerrera cubana de sangre orisha africana.

La llamaron María hija de los vientos del sur y Guadalupe de las flores tehuanas, la vistieron ropajes de indígena sabiduría y listones de orgulloso rojo trenzaron sus rubios cabellos. Creció entre canastas de tortillas y especias de aromas inefables, entre velas, traviesos chanekes, historias de toninas y trabajos de madrugada. Fue adoptada por las clemencias del istmo de tehuantepec y así, largas naguas de añeja tradición la protegieron primorosa, sus sueños de epifanía se bordaron en multicolores trajes de paisana y sus ojos, ¡ah! sus ojos de mujer serpiente la eternizaron seductora, pero ella era inocente, como los colibríes, como las rosas.

Así nació María, mi madre, Guadalupe de los mares del golfo y las aguas de río lodosas, que a la sombra del cerro de San Martín tejió su destino con hilos de oro en prosa, así nació la mujer centella, de la nariz respingada y mirada quieta, la mujer poderosa, la bendecida, árbol de tronco milenario mi madre, mujer divina, mujer bruja, mujer serpiente, mujer guerrera.

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Bordado del Istmo de Tehuantepec

12 comentarios en “El nacimiento de la mujer centella

  1. Creo que es uno de los más hermosos homenajes a una madre que he leído en mi vida. Me he sentido plenamente identificado contigo, como hijo, y en tu madre he visto a la mía, y a todas ellas. Pienso que, en potencia o en acto, todas son maravillosas, capaces de los mayores prodigios por sus hijos. Si todavía la tienes a tu lado, cuídala mucho, quiérela. Cuando llega la hora de la separación, sólo le quedan a uno recuerdos y algunos remordimientos.

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    • Aún tengo el privilegio de tenerla y creo que ella me cuida mas a mi de lo que yo a ella, pero seguimos caminando en esta vida juntos y aprendiendo uno del otro. Gracias por leerme!

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