A veces, mis ojos se hacen grandes como dos lunas y lo quieren absorber todo y todo pareciera caberles dentro. Rayan el viento con sus pestañas a cada parpadeo y mis cejas se alzan desdeñosas como piernas de bailarina, mi nariz se respinga mística, los volcanes debajo de mis pómulos explotan y mis labios se muerden sedientos de miel, hambrientos de calor y de otros labios. A ratos me olvido de los monstruos inventados y fantasmas de casonas ajenas, entonces mi espalda se alarga arqueándose ambiciosa, mis caderas se vuelven promiscuas danzantes y desafiantes mis piernas de alabastro rompen miedos a cada paso. A noches no me reconozco y prefiero no hacerlo, solo quiero dejarme llevar por el súbito impulso burbujeante que me embriaga. A instantes mis lunas se vuelven tan inquietas, que rebuscan curiosas como faros entre calles, bares y mares de otras lunas el mutuo deseo. Nada me perturba pero todo me seduce, me corrompe y me reduce a un acertijo final buscando ser descifrado solo al amparo de otras sábanas.
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Por eso; cuando veas mis lunas iluminarse así, como cometas chispeantes y redondos de secretos, como si fuera octubre a mitad de mayo y toda mi piel de primavera cupiera en una hoja seca de otoño, no desvíes ni por un instante la mirada, sostenla firme, desafiándome, muérdete los labios y llévame contigo, porque esa será la única noche en que yo… te pertenezca.
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