Reconciliación Histórica

La América Latina bien podría dibujarse en la imaginación como un mosaico de variados contrastes; lo complejo de su diversidad cultural (con todos sus componentes) es innegable y ejemplifica a la perfección lo convulsionado de su historia. Y dadas las confusas perspectivas para el futuro europeo —resultado principalmente de la migración—, América bien podría llegar a considerarse el último bastión de la visión y cultura occidental.

Por ello resulta incongruente pretender juzgar la historia americana desde un bando ideológico con óptica posmodernista, más aun cuando los tiempos hipersensibles de la actualidad no reparan precisamente en entender la diversidad de contextos históricos. Por el contrario, se estancan en una constante e infructuosa sentencia desde una ética y moral contemporánea, que nada o muy poco tienen que ver con los tiempos en los que los propios hechos acontecieron. Reza el dicho… «el hubiera no existe», y en efecto, nunca sabremos los resultados de haber sucedido situaciones distintas. La llegada de Colón a lo que él llamaba las «Indias Occidentales» era un hecho inevitable, y de no ser él, hubiesen llegado los franceses, los portugueses, los holandeses o incluso —¡Jesus nos ampare!— los ingleses; y bien sabemos cómo terminaron los nativos americanos. De ahí que resulte inútil renegar de lo que no podemos cambiar, pero si analizar y comprender lo amplio de nuestra historia para mejora de nuestro presente.

Escribe Luis Gonzalez de Alba en Las mentiras de mis maestros:

“La psicología social mexicana tiene un magnífico tema de investigación en nuestra identificación con los vencidos y no con los vencedores, siendo hijos de ambos. Decimos que ‘ellos’, los españoles, llegaron y ‘nos’ conquistaron. ¿Por qué nos llamamos conquistados si también somos conquistadores? ¿No tenemos ojos de todos los colores y pieles de todas las tonalidades? ¿No nos llamamos Carlos, Miguel, Antonio, María, Carmen? Nos apellidamos González, López, Payán, Cárdenas, Aguilar, Toledo, Segovia, Cortés. La idílica y tonta visión que tenemos del imperio azteca la pensamos en español y cuando insultamos a España la insultamos en español. Un pueblo urgido de psicoanálisis éste, donde, a pesar de tanto indigenismo, los indios no pueden ni levantarse en armas sin que un güerito se lleve los reflectores: fatalidad digna de estudio”.

El 12 de octubre se conmemora y recuerda un hecho que cambio los mapas, las fronteras y el orden mismo de la humanidad en los albores del siglo XV. Un mes importante en cualquiera de las perspectivas al recordarse un hecho que marcó un antes y un después en la visión occidental. No se festeja un genocidio ni tampoco una invasión, sino todo el hecho en su conjunto y sus repercusiones en el mundo a partir de entonces. No se puede entender la edad moderna sin Colón, en la misma medida que resulta imposible entender nuestra contemporaneidad sin la Segunda Guerra Mundial. No se trata de que nos guste, sino de interpretarnos en un mundo en crecimiento, en evolución constante y que no reacciona a nuestros intereses personales, éticos e individuales. La historia es amoral, los hechos suceden y punto, sin detenimientos ni razonamientos. En poco o nada ayuda dignificar solo lo que los tiempos políticamente-correctos nos dictan; satanizando hechos y personajes como si estos hubiesen sucedido ayer y de intentar observar la historia como blanca o negra sin detenernos a escudriñar en los matices, la diversidad de causas, consecuencias y la multiplicidad de efectos que estos generaron. En el caso mexicano, por ejemplo, ni Cortez fue un genocida ni los Aztecas precisamente seres de luz. El estudio de la Conquista nos enfrenta a los saberes populares renovando datos que arrojan luz a múltiples mitos sin fundamento histórico. Un ejemplo de ello lo observamos en la divergencia del numero de habitantes nativos antes de la llegada de los españoles, que en el imaginario popular supera incluso los ciento cincuenta millones, numero que cae estrepitosamente frente a los estudios más relevantes. Sin contar que la mayoría de las muertes fue consecuencia de las bacterias y microorganismos que los españoles traían consigo, y en las guerras que —como en el caso mexicano— el grosso del ejercito español estaba nutrido por los propios ejércitos enemigos de Moctezuma. Vaya, que el valle del Anáhuac ya estaba calientito.

Escribe Miguel León-Portilla en entrevista para Milenio Diario sobre la biografía de Cortés escrita por José Luis Martínez…

“Es una biografía bastante objetiva. Cortés no fue ni héroe ni villano, fue como el César. Desde luego, una conquista siempre es condenable, porque busca imponerle algo a otro, pero dentro de lo que cabe, tanto el César como Cortés quedaban cautivados con lo que veían y, en ese sentido, se entregaban al país que conquistaban”.

En esencia, resulta imperativo defender el arraigo de nuestra herencia precolombina, la riqueza de nuestras lenguas amerindias y sus múltiples cosmovisiones. Pero ello no debería descuidar el interés en nuestra otra mitad, el sincretismo que nos distingue como una de las regiones culturales más ricas y heterogéneas. Al final, ninguno de nosotros ha sido invadido y ningún español nos debe nada, no superar un hecho que sucedió hace cinco siglos resulta patético. Tanto como enorgullecernos de nuestra herencia indígena y renegar de la hispana pero al mismo tiempo solo hablar español y ninguna lengua indígena. Tanto como tachar a los españoles de invasores y tener una imagen de la Virgen de Guadalupe en casa. Latinoamérica no se puede entender sin su pasado, el que nos gusta y el que nos incomoda; para bien o para mal, somos el resultado de ello y la grandeza de nuestras culturas estriba en dichos acontecimientos.

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Presencia de América – Jorge González Camarena

Publicación – Revista Extrañas Noches

La revista Extrañas Noches publica mi texto «Dueño soy de mis pestañas», aquí abajo les comparto el enlace y de antemano… gracias por leer.

https://www.revistaextranasnoches.com/single-post/2020/06/15/Due%C3%B1o-soy-de-mis-pesta%C3%B1as

 

Yo soy mi propia casa – Guadalupe «Pita» Amor – Poesía Mexicana

I

Casa redonda tenía
de redonda soledad:
el aire que la invadía
era redonda armonía
de irrespirable ansiedad.

Las mañanas eran noches,
las noches desvanecidas,
las penas muy bien logradas,
las dichas muy mal vividas.

Y de ese ambiente redondo,
redondo por negativo,
mi corazón salió herido
y mi conciencia turbada.
Un recuerdo mantenido:
redonda, redonda nada.

II

Escaleras sin peldaños
mis penas son para mí,
cadenas de desengaños,
tributos que al mundo dí.

Tienen diferente forma
y diferente matiz,
pero unidas por los años,
mis penas, o mis engaños,
como sucesión de daños,
son escaleras en mí.

III

De mi esférica idea de las cosas,
parten mis inquietudes y mis males,
pues geométricamente, pienso iguales
lo grande y lo pequeño, porque siendo,
son de igual importancia; que existiendo,
sus tamaños no tienen proporciones,
pues no se miden por sus dimensiones
y sólo cuentan, porque son totales,
aunque esféricamente desiguales.

IV

Me estoy volcando hacia fuera
y ahogándome estoy por dentro.
El mundo es sólo una esfera,
y es al mundo al que pidiera
totalidad, que no encuentro.

Totalidad que debiera
yo, en mí misma, realizar,
a fuerza de eliminar
tanta pasión lastimera;
de modo que se extinguiera
mi creciente vanidady de este modo pudiera
dar a mi alma saciedad.

V

De mi barroco cerebro,
el alma destila intacta;
en cambio mi cuerpo pacta
venganzas contra los dos.

Todo mi sér en pos
de un final que no realiza;
mas ya mi alma se desliza
y a los dos ya los libera,
presintiéndoles ribera
de total penetración

VI

Yo soy cóncava y convexa;
dos medios mundos a un tiempo:
el turbio que muestro afuera,
y el mío que llevo dentro.
Son mis dos curvas-mitades
tan auténticas en mí,
que a honduras y liviandades
toda mi esencia les dí.

Y en forma tal conviví
con negro y blanco extremosos,
que a un mismo tiempo aprendí
infierno y cielo tortuosos.

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Cuando muere una lengua – un poema de Miguel León-Portilla en Español y Nahuatl

El filósofo, historiador y académico por excelencia mexicano, experto reconocido en materia del pensamiento y la literatura de la cultura náhuatl, fallecería el pasado primero de octubre del 2019 en la Ciudad de México a sus 93 años.

Desde 1988, se desempeñó como investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México, recibió la Medalla Belisario Domínguez en 1995, y desde el 23 de marzo de 1971 fue miembro del Colegio Nacional, institución para cuyo ingreso presentó la ponencia La historia y los historiadores en el México antiguo. Su obra más famosa, la visión de los vencidos, ha sido editada veintinueve veces y traducida a una docena de idiomas. Logró reconocimiento a través de la traducción, interpretación y publicación de varias recopilaciones de obras en náhuatl. Encabezó un movimiento para entender y revaluar la literatura náhuatl, no solo de la era precolombina, sino también la actual, ya que el náhuatl sigue siendo la lengua materna de 1,5 millones de personas.

A propósito de su extenso trabajo como promotor de las lenguas indígenas, aquí el poema en Español y Nahuatl más reconocido de su autoría:

En homenaje a Carlos Montemayor

Cuando muere una lengua
las cosas divinas,
estrellas, sol y luna;
las cosas humanas,
pensar y sentir,
no se reflejan ya
en ese espejo.

Cuando muere una lengua
todo lo que hay en el mundo,
mares y ríos,
animales y plantas,
ni se piensan, ni pronuncian
con atisbos y sonidos
que no existen ya.

Cuando muere una lengua
entonces se cierra
a todos los pueblos del mundo
una ventana, una puerta,
un asomarse
de modo distinto
a cuanto es ser y vida en la tierra.

Cuando muere una lengua,
sus palabras de amor,
entonación de dolor y querencia,
tal vez viejos cantos,
relatos, discursos, plegarias,
nadie, cual fueron,
alcanzará a repetir.

Cuando muere una lengua,
ya muchas han muerto
y muchas pueden morir.
Espejos para siempre quebrados,
sombra de voces
para siempre acalladas:
la humanidad se empobrece.


Ihcuac thalhtolli ye miqui

Ihcuac tlahtolli ye miqui
mochi in teoyotl,
cicitlaltin, tonatiuh ihuan metztli;
mochi in tlacayotl,
neyolnonotzaliztli ihuan huelicamatiliztli,
ayocmo neci
inon tezcapan.

Ihcuac tlahtolli ye miqui,
mochi tlamantli in cemanahuac,
teoatl, atoyatl,
yolcame, cuauhtin ihuan xihuitl
ayocmo nemililoh, ayocmo tenehualoh,
tlachializtica ihuan caquiliztica
ayocmo nemih.

Inhuac tlahtolli ye miqui,
cemihcac motzacuah
nohuian altepepan
in tlanexillotl, in quixohuayan.
In ye tlamahuizolo
occetica
in mochi mani ihuan yoli in tlalticpac.

Ihcuac tlahtolli ye miqui,
itlazohticatlahtol,
imehualizeltemiliztli ihuan tetlazotlaliztli,
ahzo huehueh cuicatl,
ahnozo tlahtolli, tlatlauhtiliztli,
amaca, in yuh ocatcah,
hueliz occepa quintenquixtiz.

Ihcuac tlahtolli ye miqui,
occequintin ye omiqueh
ihuan miec huel miquizqueh.
Tezcatl maniz puztecqui,
netzatzililiztli icehuallo
cemihcac necahualoh:
totlacayo motolinia.

……..

Cuando una lengua muere

poemas-en-náhuatl

Un poema para Frida Kahlo, por Raúl Sánchez – Traducción Poética

Incarnated

After Frida Kahlo

 

Incarnated with rose petal lips

earth colored skin

eyes like midnight moons

flowers on her hair

like a star queen brilliant

shimmering

yellow aquamarine

emerging from earth

a fountain of hope

life, color, heat

art from eye to eye unbound

from eyebrow to eyebrow

born and created into the universe

among corn plants, husks

grown from the ground, our earth

brown as the color of her skin


 

Encarnada   

Para Frida Kahlo

 

Encarnada con labios de rosa

piel de la tierra

ojos de luna nocturna

flores en su cabello

como una reina estrella

deslumbrante

aguamarina amarilla

emergiendo de la tierra

como una fuente de aliento,

de vida, de calor, color

arte de ojo a ojo

de ceja a ceja y después

al universo nacida y creada

entre mazorcas y el maíz,

crecida de la tierra

morena como el color de su piel

 

Por Raúl Sanchez 

 

07Kahlo pintando las dos Fridas Coyoacan 1939 (Copiar)

Los festejos de vida y muerte


A propósito del Día de Muertos, aquí un artículo sobre la festividad mexicana celebrada en Seattle, publicado en mi columna Ciudad de Todos a través del periódico local La Raza del Noreste: http://www.larazanw.com/noticias/festejos-de-vida-y-muerte/


Por Enmanuel R. Arjona – Ciudad de Todos

Dicen los que saben que en México la muerte es contradictoria, se festeja y se sufre. Como única también es en colores, sincretismos y precolombinas costumbres fuertemente enraizadas a la memoria colectiva de los mexicanos. Dicen, según las migrantes lenguas, que los muertos no tienen pasaporte, y que no lo necesitan cuando las mismas fronteras se diluyen ante las memorias de quienes los recuerdan. De ahí que las almas de nuestros fieles difuntos se manifiesten hasta en Seattle. ¡Bienvenidos sean!

En los últimos años, una festividad tradicionalmente mexicana y con profundo arraigo se manifiesta contundente en el mundo —principalmente en los Estados Unidos— como muestra inexcusable de la riqueza cultural y social latinoamericana, que a la postre, dignifica la imagen de una comunidad migrante fuertemente denostada. El Día de Muertos representa una ventana al país de origen de millones de hispanohablantes y latinos que día con día luchan por adaptarse a un sistema de vida diferente, sin olvidar la principal esencia de lo que podríamos llamar mexicanidad. 

Desde Everett hasta Lynwood y teniendo a Seattle como epicentro, autoridades, organizaciones y miembros de diversas comunidades trabajan en conjunto para recrear una festividad con amplio sentido de comunidad. «Compartir» es un verbo que nos invita a la reflexión de nuestro pasado y presente. Compartimos nuestra historia y somos hijos de ella, compartimos nuestra cultura y se nos valora por ello, se comparten las memorias en sentida remembranza de los que ya no están con los que aún quedamos. La muerte es en si misma el espectro a compartir por todos; ricos y pobres, poderosos, famosos o mendigos, el inframundo nos espera en iguales circunstancias. Más allá de lo estimulante que puede ser representar en una festividad el convivio entre vivos y muertos, traspasando todo razonamiento lógico, Día de Muertos recrea necesidades muy humanas —como el perdón, la nostalgia, el amor o el dolor— a través de la mística visión ancestral del más allá. 

Aunque el surrealismo que lo rodea es cosa del más acá, y el Día de Muertos no escapó a la sincretización imperante en los tiempos virreinales. De ahí que los evangelizadores españoles vieran oportuno el mezclar celebraciones nativas (Miccailhuitontli y Huey Miccaihuitl, por mencionar algunas) con el Día de todos los Santos, festividad de la liturgia católica que coincidía en tiempos con la prehispánica. El desenlace ya lo sabemos, y como los propios mexicanos, el Día de Muertos surge como una explosión mestiza de color, música, gastronomía y practicas diversas que van desde lo religioso a la expresividad folklórica.

En Seattle seremos pocos, pero ruidosos. Y nos encanta celebrar nuestra cultura por todo lo alto estemos donde estemos. No es extraño encontrarnos con multitudinarias representaciones a lo largo y ancho del estado. Y en Seattle, por ejemplo, asistimos curiosos y expectantes a por lo menos dos de ellas; La primera en Museo de Arte de Seattle (SAM) a cargo del artista local Fulgencio Lazo y la segunda en el Seattle Center coordinada por Edgardo Galicia, junto a una mesa directiva que el mismo preside.

Fiel a la idea central de la muerte como acto de trascendencia, la festividad también trasciende fusionándose en un conjunto de manifestaciones artísticas como la Danza, el Arte y la Música, rompiendo lo inmaculado del entorno museístico que lo aloja. El maestro Lazo nos propone —en Día de Muertos: Free Community Night Out at SAM— una visión contemporánea, alejada de convencionalismos pero respetando la esencia mística de su origen. Como buen oaxaqueño, Lazo nos estimula visualmente a través de un imponente tapete tradicional, similar a muchos otros que el artista realiza en distintos puntos. La gente lo rodea y se pregunta, cómo colores tan vivos pueden formar parte de un ritual mortuorio. El Altar de Muertos corona la exhibición para deleite de los curiosos, que aprenden lo significativo de ofrendar en sentido acto de conmemoración y de querencia.

Sin embargo, el artista también nos advierte, a consecuencia de la inusitada demanda de la festividad mexicana como producto de mercadotecnia y mera celebración lúdica. Día de Muertos no es una fiesta como tal, y es responsabilidad de la comunidad intentar defender su real significado para frenar lo que a nuestros ojos —y gracias a su masiva exhibición en los medios— ya parece irreversible; Día de Muertos convertido en un Holiday más. Un frente de lucha adicional para la cultura mexicana, o tal vez, un pretexto de unificación social de una comunidad que muchas veces pregona «unidad» como eslogan más allá de la práctica.

Pero la fiesta continua; y el Seattle Center Armony se viste de colorida gala para recibir a residentes, turistas, curiosos y los invitados más importantes… las ánimas. En el Día de Muertos Festival Seattle 2019 un desfile de altares en fiel representación nos enseña que no es lo mismo morirse en Michoacan que en Oaxaca, y que mientras unos se van derechito al Xibalba, otros se dirigen ansiosos al Mictlán. La música y los bailes no pueden faltar, y diversos grupos nos zapatean los oídos al son que se toque. Las mujeres faldean en orgullosa estampa, niños por aquí y por allá, caras pintadas por doquier y un catrín en traje de charro nos hace voltear sorprendidos. Los músicos están prestos y la gente quiere fiesta. La comida está servida ¡llévese su Pan de Muerto! y la vendimia nos recuerda que somos gente de mercado, que nos gusta tantear la fruta y probarnos la blusa finamente bordada ¡se nos ve re chula! —pensamos. La gente pasa y pasa y las ánimas entre nosotros, sin darnos cuenta, nos susurran que más pronto que nunca estaremos con ellos. Pero ¡que no cunda el pánico, señores! porque la muerte mexicana no es muerte sino vida después del plano terrenal… transcendencia.

El comité organizador del festival se muestra atento y orgulloso de un «trabajo comunitario para la comunidad», sin mayor pretensión que la de compartir una parte de lo que somos, fuimos y buscamos seguir siendo. Día de Muertos en Seattle Center se ha convertido en si misma una tradición propia de la ciudad, y nos recuerda que somos parte de ella, de su riqueza, diversidad y crecimiento. No hay Seattle sin latinos y los latinos debemos asumirnos orgullosos ciudadanos de esta ciudad de diversidades, modernidad y verdes paisajes. Nuestras vidas jamás volverán a ser como en nuestra tierra, pero la muerte sabia nos recuerda en estas fechas, precisamente, que al migrar trascendemos inevitablemente.

Y así concluimos generosos de convivencia un año más de celebrar la vida, nuestro paso por ella y sin miedo al destino que nos aguarda. Pero felices de constatar que, a pesar de la distancia, nuestras raíces se manifiestan ricas como en su origen. Esperemos ansiosos seguir visitando año tras año eventos como estos, para volverlos tradición de nuestra ciudad, en la intimidad de nuestras casas, tradiciones para todos.

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Nota: Un especial agradecimiento al artista Fulgencio Lazo por su colaboración en el desarrollo de este texto.

Espejos… micro historias de racismo

—Con la señora de la casa, por favor.

—Yo soy la señora de la casa.

Fue la risueña pero contundente respuesta de una mujer —a mis ojos— de aspecto humilde y que no correspondía como la propietaria de la gran residencia a la que yo acudía. A mis 17 años laboraba como animador en un show infantil y de los clientes que nos contrataban no conocíamos más que sus voces, hasta el momento de realizarse el evento, claro está. Fue así como conocí a la señora Pasos, empresaria exportadora de carnes que habría hecho fortuna junto a su esposo a partir de una pequeña carnicería. Grande mi sorpresa y penosa lección la que tuve que tragarme frente a la señora empresaria, quien respondió con una sonrisa y la más digna bienvenida a su bellísimo hogar. Asumir es probablemente el primer paso en un acto racista (consciente o inconsciente), todos asumimos a primera vista y nuestra interacción a posteriori deriva de esa primera impresión. ¿Pero de dónde surgirán nuestros preconcebidos estereotipos, imaginarios de lo que desconocemos pero creemos distinguir?

Distinta fue la experiencia con otra cliente de abolengo yucateco, quien nos sugirió pedirle a los personajes (botargas) no interactuar con las muchachas (nanas)… «Pensarán mis hijos que pueden jugar con la gente de servicio», advirtió. Resultan interesantes las variopintas creencias, prejuicios, inseguridades, costumbres ¿y por qué no? incluso miedos con las que tenemos que lidiar día con día. Las de los que nos rodean y las propias, una amalgama de enseñanzas, experiencias, recuerdos, imposiciones, educación y, por supuesto, los medios de comunicación que a diario utilizamos. Hoy más que nunca resultamos ser un cocktail de la más sofisticada mixología psicosocial para pesar de los psicólogos.

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Controversial fotografía de una acaudalada familia colombiana para la revista Hola

Y es que todo se complica cuando no sólo cargamos con nuestros prejuicios, sino con los de nuestros padres, familia, amigos, vecinos, redes sociales y vaya usted a saber de quien más. Que si los prietos, que si los güeros, los nacos, los fresas, gordos y feos: apelativos sobran y se filtran como el agua sobre la tierra blanda —y para colmo fértil— hasta formar parte de nuestra idiosincracia, que a la palestra, pueden ser términos ampliamente discutidos pero con innegable conexión cultural y profundo arraigo en el vocabulario, vaya, parte ya de nuestro subconsciente. La industria de los términos peyorativos crece hasta volverse incluso marcas, peor aún, ideologías… los chairos contra los fifís (en México) resultó la maquina de división ideológica perfecta para una campaña electoral que culminó en una presidencia sobre un país acentuadamente dividido.

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La serie Made In México (Netflix) buscaba retratar la clase alta mexicana

Whitexicans: Término (compuesto por dos neologismos anglosajones “white” y “mexicans“) utilizado de forma humorística y sarcástica para definir a los miembros de la élite blanca mexicana, que generalmente muestran orgullo por lo mexicano en el extranjero pero adoptan actitudes clasistas y racistas dentro de su país.

Tengo que confesar que crecí usando casi todos los términos aquí mencionados, incluso realmente creyéndome el dogma de las diferencias sociales como ejemplo de vida y en consecuencia, un nido de aspiraciones y expectativas ajenas que en su mayoría no corresponden a una realidad tangible. Un espejo empañado por lo espeso de un vapor ficticio que nos impide ver nuestro real rostro, su color, la mezcla de nuestros rasgos mostrándonos la alquimia de nuestras múltiples herencias étnicas y el inmenso árbol genealógico que nos antecede, que a su vez, enriquece nuestro mapa genético. Las ideas preconcebidas vienen y van, pero una imagen nítida frente al espejo —nuestro ADN— se impone ante los convencionalismos sociales contándonos la larga historia de nuestra piel, su recorrido por todos los continentes y lo profundo de sus raíces. No se puede huir de la certeza científica, son más nuestras coincidencias que lo que visualmente pueda diferenciarnos (rasgos fenotípicos); nos guste o no, somos hijos de un mismo ramal. Y precisamente, al no existir las «razas humanas» en la realidad biológica, el racismo solo se justifica en el mundo como una compleja construcción histórica-social; una especie de código estructural para el entendimiento de las civilizaciones y nuestro lugar en ellas.

Pero volvamos al principio, el mío: «Ya llegaron los catrines» decía mi abuela adoptiva cuando mi hermano y yo llegábamos a su casa. Más allá de la sangre, nunca aceptó la diferencia entre nosotros y sus nietos biológicos, de rasgos marcadamente indígenas y modales diferentes. Jamás logré encajar del todo con mi «otra familia», pero yo siendo apenas un niño no entendía mucho de distingos. Era complicado entender como pasé de ser el morenito del colegio privado, a el clarito en la escuela pública. Al final, crecí creyéndome atrapado en una especie de limbo, ni de aquí ni de allá. La tez de mi piel resulta ambigua a los ojos de muchos; demasiado claro para ser moreno y demasiado moreno para ser blanco. Recuerdo incluso desesperarme al llenar formularios porque no sentía encajar con el término «moreno», cuando yo —según los demás— era moreno claro, y el segundo adjetivo por alguna razón era importante.

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En México, según el INEGI, la tez de la piel influye de forma sustancial en la vida de cada uno de sus ciudadanos, desde las relaciones personales hasta la vida laboral. La discriminación —directa o disimulada— es una constante en un país que evita hablar del racismo como problema central. Pero los datos son duros y arrojan certeza sobre la mesa, México es un país profundamente racista y le cuesta muy caro. La movilidad social en las últimas décadas está prácticamente estancada y los resultados de las estadísticas explican la compleja realidad para una población mayoritariamente mestiza e indígena. Cosa sería, si agregamos la multiplicidad de aspectos objeto de discriminación; que van desde el color, el acento, la lengua, la apariencia, el físico, la religión, la identidad sexual, el nivel socio-económico y la educación, ésta última casi siempre consecuencia directa de las anteriores. Las probabilidades de ascenso económico-social para una persona de aspecto indígena son nimias, pero a los mexicanos —por indiferencia o mea culpa— nos encanta hablar de lo mexicano como un espectro homogéneo de igualdad racial, invalidando en nuestro imaginario la raigambre del racismo en nuestra cultura general. Ni la mexicana es una cultura homogénea ni somos una nación mestiza; argumento que bien pudo ayudar a la construcción de una identidad en tiempos post-revolucionarios (La raza cósmica, Vasconcelos) pero obsoleto en una actualidad enfrentada a problemáticas propias del desarrollo y sus variadas ideologías. De ahí que se recupere el racismo y la discriminación como tema de debate en últimas fechas, pero sin claros compromisos en la agenda gubernamental, interesada más en retóricas divisorias como generadoras de votos. Tampoco los culpo, resulta una estrategia fácil y obvia (y ampliamente repetida en la América Latina) ante una población socialmente resentida. Argumentos como el de la pigmentocrácia reducen considerablemente la complejidad del tema y sus dimensiones en la sociedad. El racismo como tal puede ser el factor primigenio de discriminación en México, pero su evolución a lo largo de nuestra historia como nación independiente multiplica sus alcances y sus componentes.

«La herramienta más importante en las manos del opresor es la mente del oprimido”… Steve Biko 

En su ciudad natal a mi madre le apodaban «la gringa», siendo ella güera y de ojos verdes aunque siempre vestida a la usanza de las niñas tehuanas; de trenzas, guaraches y largas naguas. En su adolescencia la terminaron casando con un joven de familia, de costumbres distintas y que con frecuencia la denostaba por ser —en su machista apreciación— una mujer ignorante y hasta por haber sido criada por una indiapero dicen por ahí que «más rápido cae un hablador que un cojo», o como dice mi madrecita santa, «nunca escupas para arriba que en la cara te puede caer«.  Y es que al correr de los años y como un capítulo más de la mitología homérica, mi padre terminó casándose en segundas nupcias con una mujer de ascendencia indígena y que además era doméstica en la casa de su madre. ¿Ironía de la vida? puede ser ¿comprobación de las leyes kármicas? lo ignoro, pero misteriosos son los caminos del señor diría mi religiosa y resignada abuela paterna.

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La imagen de Yalitza Aparicio (Vogue) puso en relieve el interiorizado racismo mexicano

¡Maldita india! le grité con el mayor de los corajes a Felipa, la muchacha de servicio de mi casa que me respondió con una bofetada cuando me negué a ayudarle lavar el baño. Aún desconozco de donde sacaría yo tal frase, no era mía, no podía serlo habiendo yo crecido en el seno de una familia diversa. De ahí lo peligroso del racismo, se esconde en nuestro interior como un virus silencioso sin que podamos darnos cuenta, que nos cuesta reconocer pero que habita en cada uno de nosotros, invariablemente. Por ello de racismo historias nos sobran. Crecimos siendo racistas y siendo sus propias víctimas, nadie escapa, desde el más rubio hasta el más oscuro. Aún hoy me descubro siéndolo y acepto ese rasgo como parte de mi, lo reconozco; tengo que hacerlo y por ello intento describirlo con ejemplos personales. Ayer hablaba pestes de los migrantes mexicanos que toleraban la constante discriminación como forma de vida a cambio de un ilusorio american dream, pero ¿que creen? ahora yo soy uno de ellos, parte de una estadística y de una lucha que no comprendía en la comodidad de mi país natal. De nuevo, el karma es cabrón y me ha tocado tragarme el orgullo atendiendo gringos que se burlan de mi acento. Así las cosas.

—Creo que se burlaban de ustedes.

—¿De nosotros? ¿Por qué?

—Decían que seguro están buscando una Green Card.

Y en un bar Gay de Seattle… ¡de ese tamaño! dos hombres blancos homosexuales en la ciudad paradigma del progresismo (como mentarle la madre al cura en plena misa, pues) se burlaban de nuestro origen, ¿el pecado? hablar español. Resulta hasta cómico tomando en cuenta que el amigo que me acompañaba es ciudadano americano de tercera generación. Pero eso a los prejuicios poco le importa, la meta es crear una diferencia, marcar la sana distancia donde uno pueda dirigirse al otro desde la altura de un pedestal (ya sea moral o social) con el falso orgullo que brinda la certeza de que jamás serán iguales, ¡y jamás lo seremos! es un hecho, pero nuestras diferencias no implican en ningún caso una desigualdad. Reconocer nuestras diferencias genera suspicacias cuando se sobreponen valores agregados. El nacer blanco, rico, pobre, con un aspecto o capacidad especifica es circunstancial y no debería determinar —en el más utópico de mis delirios— un valor factorial frente a otros individuos. Aunque las circunstancias sociales nos dicten otra realidad.

Aporofobia (rechazo a la pobreza) es el termino que acuña Adela Cortina, catedrática emérita de ética y filosofía política de la universidad de Valencia, quien nos explica el matiz que marca la diferencia en trato que se brinda a los migrantes, donde el extranjero turista es bienvenido mientras se discrimina de forma negativa al resto; ¿la causa del rechazo? la pobreza.

—¿De dónde eres?

—De Cancún

—¡Que bien! yo soy de Mérida

—¿¡En serio!? ¿Cómo te llamas?

—Angel ¿y tú?

—¿Angel, qué? yo soy Enmanuel Arjona, mucho gusto

—Gonzalez, Angel Gonzalez.

Y así nos presentamos mi compañero de trabajo (supervisor) y yo, tan casual como intrascendente a no ser por un detalle, o dos: semanas después descubrí, a través de una lista de asistencia el nombre completo de mi supervisor, que por alguna razón me habría ocultado su primer apellido, ¿la razón? un apellido maya. ¿Pero por qué ocultarle a un subordinado y en un país extranjero, además, la procedencia de uno? Resultaría ilógico si no fuese porque él sabía que yo sabía las connotaciones sociales de los apellidos mayas en la península yucateca. Capítulo aparte en la historia mexicana y con una «guerra de castas» de por medio. Puedo entender incluso su omisión; para mi era común ver niños avergonzarse de sus apellidos en mi infancia y común era también burlarnos de su pronunciación. Empero, existe otro detalle; mi insistencia en saber precisamente su apellido, costumbre muy arraigada (y fea) de saber, primero el origen racial, y después el social. De donde vengo los apellidos son asunto de importancia y pueden determinar completamente el ascenso (o caída) de un individuo. A diferencia del resto de México, términos como»mestizo» marcan una profunda connotación indígena, usualmente usada de forma condescendiente, mientras el termino «criollo» (si, aún se usa) de origen colonial se utiliza para marcar la europea procedencia, y con ello probablemente la clase social —nada medieval el asunto—. Todo esto me resultaría cómico de no ser porque son experiencias personales, donde mis prejuicios y los de los que me rodean han moldeado parte de mi personalidad, para bien o para mal, el racismo forma parte de mi cotidianidad.

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«Es un estilo de vida, una conciencia de clase», dice en una entrevista Guadalupe Loeza, autora de Las Niñas Bien. A mi parecer, una pequeña verdad envuelta en una gran falacia; se puede tener un estilo de vida, arraigadas costumbres y modales definidos pero ¿no es la conciencia de clase el pedestal que recrea una artificial desigualdad? «Con la clase se nace» suelen justificarse algunos, «aunque la mona se vista de seda, mona se queda» dicen los más atrevidos, pero no hay dicho ni frase —o no la he escuchado aún— que tire al piso la superflua necesidad de separarnos en tan básicos estereotipos, nuestro ingenio no parece llegar a tanto.

En la actualidad, radicar en los Estados Unidos como un inmigrante hispanoamaericano implica enfrentarte constantemente a los fantasmas sociales de los que muchas veces huimos en nuestro país de origen. Pueden cambiar las formas pero el trasfondo racial-cultural continua en nuestras diarias interacciones. En primera instancia, el estatus legal es el factor más influyente, aunque no determinante. El acento (lo «correcto» de nuestro español), la vestimenta (apariencia en general) y hasta el neighborhood en que habitamos es materia relevante para nuestro nuevo retrato social. No es lo mismo vivir en zona de blancos que en zona de latinos, y de negros ni hablamos. Como tampoco es lo mismo para una mujer latina estar casada con un gringo, que con un europeo o —¡que tragedia!— con un latino. De ahí la persistencia de costumbres arcaicas en el país de las libertades, por ejemplo; utilizar el apellido de casada (solo en caso de ser extranjero, obviously) que para muchas mujeres (hombres inclusive) resulta vital.

En conclusión; resulta imperativo darle al Racismo la merecida importancia, no solo como objeto de estudio antropológico, sino como un factor determinante en nuestras vidas, desde que nacemos hasta el final de nuestros días. De ello depende nuestro ascenso social y económico como individuos y naciones, donde las retóricas modernas preconfiguran un futuro diverso y multicultural. Latinoamerica debe asumir su origen étnico-cultural junto a su convulsionado pasado. La riqueza americana estriba en la diversidad de sus habitantes, sus lenguas, culturas y cosmovisiones. Hablar de la América indígena o la europea por separado resulta ambiguo cuando somos resultado de ambas y precisamente en la reconciliación de ambas visiones se podría manifestar nuestro porvenir.

Hasta aquí está columna y…

#GreetingsFromSeattle

Poema traducido de Xanath Caraza – Poesía México-Americana

Honey

 

*After La flor de guayaba by Israel Nazario*

 

In the garden’s mist

lapis lazuli beats it wings.

Pint-size fluttering spans out

Pearly, dawn light

White, seductive flower

beckons for a taste of her honey, offering herself

with morning dew

Perfume entwined with moisture

Thick, blue atmosphere

Guardian guava tree of malachite

Shimmer of light smolders

from the hummingbird’s wings

Soft music drenches

the flower’s pistil

with first contact, then

delicately draws up the honey

 

 

Miel

 

*Para La flor de guayaba de Israel Nazario*

 

En la brisa del jardín

agita sus alas el lapislázuli.

Diminuto sonsonete esparce

la nacarada luz del amanecer.

Blanca flor seductora,

invita a probar su miel, se dilata

con el rocío de la mañana.

Perfume entretejido con la humedad.

Densa atmósfera azul

custodia al guayabo de malaquita.

Destellos de luz emanan

de las alas del colibrí.

Música suave se impregna

en el pistilo de la flor

con el primer contacto, entonces

chupa delicadamente la miel.

 

(Poema incluido en Noche de colibríes, Pandora Lobo estepario Productions Press, 2014)

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Flor de guayaba – Israel Nazario

Poemas de Carmelo Gonzalez – Poesía Mexicana

Rebka la sunita

 

Rebka la sunita

cruzó el Mar Rojo

con una azucena

en las manos.

Sangre fiera

noches de guerra

entre las montañas donde

se desgrana la muerte.

Lleva sus muertos

en los ojos

bajo el cielo de una América

libre y soñadora.

Rebka la guerrillera

del Este de África.

Amazona ligera

en los vientos del siglo 20.

a las ocho de la mañana.

Hablamos de Eritrea

con la nostalgia de un regazo.

Manos suaves que en el pasado

estremecían al cielo con una Kalashnikov .

Hoy nos vemos a los ojos

con la complicidad  de ser  inmigrantes

bajo la lluvia de Seattle.

……..

 

A Anna Ajmátova

 

La muerte florece en nuestras pupilas

en los días de interminables desembarcos.

Cuanto dolor

queda en los sobrevivientes.

¡Hurgaremos en las celdas clandestinas!

Jesús, el muchacho “levantado”

será  un número de archivo.

Vendrán nuevos inviernos Anna.

Imploraremos libertad

pero algunos moriremos en la espera.

¡No hay atalayas!

¡No hay centinelas!

¡No hay profetas

que nos auguren buenos tiempos!

Crueldad, desolación,

terror, ejecución

bajo

un verdugo despiadado.

XI-VIII-MMXI

……..

 

AVANCE 

 

Mujer, he recorrido tu piel con mis dedos.
He palpado los cantos de tu cuerpo
como un ciego en los vientos de agosto.

He afianzado mi ancla ante la lluvia postrera del crepúsculo,
donde las picas de cristal avanzaban
con los olores maduros del verano.

Durante las mareas vivas
he sido un refugiado en las bahías de tu cuerpo sedoso.
Y en él he avanzado con el poder de un ejército arrollador,
cuando los segadores recolectaban azucenas blancas y rojas
y cantaban un himno de amor.

Mujer, he besado tus labios en la hora en que dos cuartas crecientes,
giraban como hoces de plata en el rostro
y en el fuego benévolo del sol.

He recorrido tu cuerpo como un ciego
o como un panadero que ha estampado
galaxias de fuego con las puntas de sus dedos al amasar un pan fermentado.

He seguido las flechas del sextante en tus concavidades donde abundan
Las caracolas y las orquídeas azules.

Me he atrincherado en tus simas
con un canto marino en la pleamar.
Y en el horizonte solo han quedado de las nubes
unas telarañas de harina como de un saco roto.

Mujer, he cruzado tus desfiladeros,
con la audacia de un corsario del Mar Caribe
en la hora exacta del perigeo y en el acantilado
donde el día y la noche se besan apasionadamente.

VIII-X-MMVIII

 

Carmelo González

 

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Anna Ajmátova – Nathan Altman