De lengua me como un taco

Ya han pasado poco mas de seis años y aún me encuentro inexorablemente atrapado en un proceso de adaptación cultural que, dicho sea de paso, me resulta gracioso. Y es que éste país se las arregla para mantenerme surprised a ratos, nostálgico en otros, pero entretenido… siempre. Aún me resulta imposible evitar la odiosa comparación entre mi vida aquí y la otra, tan diferente en México. Tampoco es que la diferencia en la paridad peso/dólar ayude. Pero la realidad se antoja mas compleja y abarca desde los más básicos detalles como; beberte una Coca Cola que no te sabe a Cola, hasta la necesidad de acostumbrarte a un idioma que no es «era» el tuyo.  Un día décadas atrás en un arranque de narcisismo mezclado con un toque de lucidez, cierto famosísimo pintor español anunció que nunca regresaría a pisar México, ya que; «no soportaba un país mas surrealista que sus pinturas». Y viniendo de un extranjero no me extraña, pero cuando es uno el extranjero «mexicano» viviendo en los United’s, la cosa cambia mi chato. 

Y probablemente se preguntarán, mis curiosos lectores, ¿cuál sería la primera diferencia a notar viviendo en los Estados Unidos? La respuesta además de fácil resulta obvia, la lengua es por mucho no solo el primero de los cambios, sino el más dramático. Porque no solo implica una sustitución del idioma a utilizar de forma genérica, sino además una deformación en nuestra propia lengua materna, la cual se ha visto dotada —muy a pesar de sus más conspicuos defensores— de transformaciones lingüísticas, gramaticales, fonéticas, ortográficas, semánticas, entre muchas otras «¿atrocidades?». La lengua parece evolucionar a través de sus hablantes advirtiendo nuevos enfoques en el empleo de la misma. Resultando en el surgimiento de lo que muchos consideran, incluso, un dialecto nuevo. Pues ni tan nuevo, y es que resulta interesante de lo que uno se entera al indagar la historia del spanglish. Entonces te caen veintes que ni por asomo imaginabas, por ejemplo; que data de mediados del siglo XIX, cuando México pierde más de la mitad de su territorio frente a la naciente y expansiva potencia americana. Ya desde entonces los pobladores empiezan por adaptarse a un proceso de transculturación que hoy día continua. Incluso, se sabe de términos en spanglish que han dejado de usarse desde principios del siglo pasado, y con ello, se demuestra no solo la evidente y constante evolución de un sistema de comunicación único en el mundo, sino de una necesidad implícita derivada de una migración que no frena —y no tiene para cuando—. La diáspora latinoamericana parece no encontrar paragón en los tiempos contemporáneos; aunada a los muchos diferentes contextos sociales, históricos, políticos y religiosos que la rodean, nos ubicamos sin lugar a dudas frente a un interesante cocktail social y cultural tan embriagante como explosivo.

Como observarán, el temita lleva harta tela y no me alcanzarían ni los dedos ni las ganas para abordarlo por completo, pero si abundar en la importancia de estudiar un fenómeno de largo alcance y de muchas implicaciones geopolíticas en la todavía región económica más importante; Norte America. Hay un gran debate en ciernes, no hay duda de ello, y la moneda pareciera estar en el aire a favor de la comunidad latina. Imposible no estarlo cuando es Estados Unidos el segundo país hispanohablante de la tercera lengua del mundo, ¡ahí nomás! Imposible no prestar atención frente al crecimiento de una comunidad que exige, pero que aporta. Los Estados Unidos no serían lo que son sin los territorios antes mexicanos y sin la enorme diversidad étnico-cultural que posee. Sin embargo, es notable —desde mi punto de vista— la poca cohesión social que existe entre las diferentes comunidades raciales. Y hasta aquí una cuestión en la cual me es imposible evitar otra odiosa comparación. 

En México, por ejemplo, es visible la sincretización racial, social y cultural que se dio en épocas del virreinato y después, frente al opuesto sistema colonial de la entonces «en pañales» nación americana, misma que no sólo «no» impulsó una mezcla en sus diferentes poblaciones, sino que dichas diferencias permearon hasta nuestros días, dando lugar un país de enorme diversidad, si, pero de muy poca unidad. Con esto no quiero decir que en los temas —o problemas— de identidad racial son ajenos a la América Latina. Pero es un hecho que en el país del American Dream, se cuecen aparte. 

Algo que llamó fuertemente mi atención es la imperante necesidad del sistema americano por identificarte constantemente de forma racial, religiosa, sexual, lingüística, etc. Me parece no solo estúpida dicha manía tan incisiva, dando pie a los comunes estereotipos, sino el hecho de no contar con una justificación racional para ello. Pero en un país obsesionado con los datos y estadísticas termina por ser el pan de cada día. Así, pasamos a acostumbrarnos a la idea de tener que identificar a cada rato y en cada formulario —ya sea escolar, medico, laboral ¡vaya! de lo que sea— tu origen o procedencia, como si mi cara para ello no bastara, o tal vez mi aspecto nórdico —pero de la península yucateca— pudiese levantar suspicacias. 

Pero volviendo al tema de la lengua, y porque de lengua me como un taco, aún me parecen increíbles los miedos y complejos que la llamada lengua de Cervantes suscita entre algunos, muchos ciudadanos americanos… de los güeritos, pues. Parecieran no aceptar o comprender el país en el que viven ni su real composición. Pero, a decir verdad, poco o nada pueden hacer frente al desbordante número de 60 millones de hispanohablantes que habitan, trabajan, sueñan y se desarrollan diariamente en español. Parecen no entender el inevitable —y si muy necesario— debate lingüístico del que se ha evitado entrar a toda costa desde el congreso. Tarde o temprano, será la exigencia de una población con cada vez mayor presencia y un peso político-económico decisivo. Entonces, preparémonos mentalmente para un futuro similar al de tantas otras naciones lejanas e incluso vecinas como Canadá, donde coexisten oficialmente tanto el Ingles como el Frances. Que decir de algunas naciones europeas con hasta cuatro zonas idiomáticas distintas, pero todas oficiales. Tal parece que en ésta y muchas otras materias de vanguardia social, los Estados Unidos se quedan cortos de miras; algo impropio de la denominada primera democracia del mundo. 

En fin, es interesantísimo el choque cultural entre dos países que además de vecinos, poseen una historia común y un enlace comercial fortísimo: anécdotas hay para dar y repartir, pero para ello tengo que refrescar la memoria. Los invito a seguir leyendo mis impresiones en un país maravilloso, si, así lo creo, pero también de muchos contrastes. Y después de tanta verborrea ustedes preguntarán ¿Que tiene todo esto de positivo? Pues por mi parte, que llegué a vivir a un país del cual no creía su mentado sueño americano, pero entendí, y ahora lo comparto, que si es un país de grandes oportunidades; están ahí, a la espera de gente emprendedora y con los pies en la tierra, sin miedo a aprender y adaptarse a una cultura que, puede no gustarnos, pero es la que es, la que hay y la que nos da. 

Sigo sin creer en el sueño americano, pero al parecer, no me hace falta a mi ni nadie con la suficiente audacia. Hasta aquí ésta columna y…

#GreetingsFromSeattle

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Mural de la Segunda Avenida en Belltown, Seattle, WA.

3 comentarios en “De lengua me como un taco

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