Reconciliación Histórica

La América Latina bien podría dibujarse en la imaginación como un mosaico de variados contrastes; lo complejo de su diversidad cultural (con todos sus componentes) es innegable y ejemplifica a la perfección lo convulsionado de su historia. Y dadas las confusas perspectivas para el futuro europeo —resultado principalmente de la migración—, América bien podría llegar a considerarse el último bastión de la visión y cultura occidental.

Por ello resulta incongruente pretender juzgar la historia americana desde un bando ideológico con óptica posmodernista, más aun cuando los tiempos hipersensibles de la actualidad no reparan precisamente en entender la diversidad de contextos históricos. Por el contrario, se estancan en una constante e infructuosa sentencia desde una ética y moral contemporánea, que nada o muy poco tienen que ver con los tiempos en los que los propios hechos acontecieron. Reza el dicho… «el hubiera no existe», y en efecto, nunca sabremos los resultados de haber sucedido situaciones distintas. La llegada de Colón a lo que él llamaba las «Indias Occidentales» era un hecho inevitable, y de no ser él, hubiesen llegado los franceses, los portugueses, los holandeses o incluso —¡Jesus nos ampare!— los ingleses; y bien sabemos cómo terminaron los nativos americanos. De ahí que resulte inútil renegar de lo que no podemos cambiar, pero si analizar y comprender lo amplio de nuestra historia para mejora de nuestro presente.

Escribe Luis Gonzalez de Alba en Las mentiras de mis maestros:

“La psicología social mexicana tiene un magnífico tema de investigación en nuestra identificación con los vencidos y no con los vencedores, siendo hijos de ambos. Decimos que ‘ellos’, los españoles, llegaron y ‘nos’ conquistaron. ¿Por qué nos llamamos conquistados si también somos conquistadores? ¿No tenemos ojos de todos los colores y pieles de todas las tonalidades? ¿No nos llamamos Carlos, Miguel, Antonio, María, Carmen? Nos apellidamos González, López, Payán, Cárdenas, Aguilar, Toledo, Segovia, Cortés. La idílica y tonta visión que tenemos del imperio azteca la pensamos en español y cuando insultamos a España la insultamos en español. Un pueblo urgido de psicoanálisis éste, donde, a pesar de tanto indigenismo, los indios no pueden ni levantarse en armas sin que un güerito se lleve los reflectores: fatalidad digna de estudio”.

El 12 de octubre se conmemora y recuerda un hecho que cambio los mapas, las fronteras y el orden mismo de la humanidad en los albores del siglo XV. Un mes importante en cualquiera de las perspectivas al recordarse un hecho que marcó un antes y un después en la visión occidental. No se festeja un genocidio ni tampoco una invasión, sino todo el hecho en su conjunto y sus repercusiones en el mundo a partir de entonces. No se puede entender la edad moderna sin Colón, en la misma medida que resulta imposible entender nuestra contemporaneidad sin la Segunda Guerra Mundial. No se trata de que nos guste, sino de interpretarnos en un mundo en crecimiento, en evolución constante y que no reacciona a nuestros intereses personales, éticos e individuales. La historia es amoral, los hechos suceden y punto, sin detenimientos ni razonamientos. En poco o nada ayuda dignificar solo lo que los tiempos políticamente-correctos nos dictan; satanizando hechos y personajes como si estos hubiesen sucedido ayer y de intentar observar la historia como blanca o negra sin detenernos a escudriñar en los matices, la diversidad de causas, consecuencias y la multiplicidad de efectos que estos generaron. En el caso mexicano, por ejemplo, ni Cortez fue un genocida ni los Aztecas precisamente seres de luz. El estudio de la Conquista nos enfrenta a los saberes populares renovando datos que arrojan luz a múltiples mitos sin fundamento histórico. Un ejemplo de ello lo observamos en la divergencia del numero de habitantes nativos antes de la llegada de los españoles, que en el imaginario popular supera incluso los ciento cincuenta millones, numero que cae estrepitosamente frente a los estudios más relevantes. Sin contar que la mayoría de las muertes fue consecuencia de las bacterias y microorganismos que los españoles traían consigo, y en las guerras que —como en el caso mexicano— el grosso del ejercito español estaba nutrido por los propios ejércitos enemigos de Moctezuma. Vaya, que el valle del Anáhuac ya estaba calientito.

Escribe Miguel León-Portilla en entrevista para Milenio Diario sobre la biografía de Cortés escrita por José Luis Martínez…

“Es una biografía bastante objetiva. Cortés no fue ni héroe ni villano, fue como el César. Desde luego, una conquista siempre es condenable, porque busca imponerle algo a otro, pero dentro de lo que cabe, tanto el César como Cortés quedaban cautivados con lo que veían y, en ese sentido, se entregaban al país que conquistaban”.

En esencia, resulta imperativo defender el arraigo de nuestra herencia precolombina, la riqueza de nuestras lenguas amerindias y sus múltiples cosmovisiones. Pero ello no debería descuidar el interés en nuestra otra mitad, el sincretismo que nos distingue como una de las regiones culturales más ricas y heterogéneas. Al final, ninguno de nosotros ha sido invadido y ningún español nos debe nada, no superar un hecho que sucedió hace cinco siglos resulta patético. Tanto como enorgullecernos de nuestra herencia indígena y renegar de la hispana pero al mismo tiempo solo hablar español y ninguna lengua indígena. Tanto como tachar a los españoles de invasores y tener una imagen de la Virgen de Guadalupe en casa. Latinoamérica no se puede entender sin su pasado, el que nos gusta y el que nos incomoda; para bien o para mal, somos el resultado de ello y la grandeza de nuestras culturas estriba en dichos acontecimientos.

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Presencia de América – Jorge González Camarena

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