Voraz
se alimenta la ciudad,
crece con sus brazos de concreto
aplastando
la virtud primigenia,
creando ecosistemas de opulencia,
de fantasía, de miseria,
de utopía versus realidad.
La ciudad
sigue creciendo
incesante,
fría, húmeda, impaciente
con sus alimañas de acero y largos cuellos
engullendo bosques, lagos
historias, mártires,
relatos y memorias,
lavando culpas
y fortunas,
creando magnífica infraestructura
en pos
de la modernidad.
Brillante;
La ciudad parpadea y brilla
luminosa,
se sabe poderosa,
se viste de luces a cada noche
seduciendo una corte
de un nebuloso palacio imperial.
Y yace,
Intoxicada
en su cuna de montañas,
abrigada
de un verdor casi fantasmal,
sus torres
se alzan desafiantes,
punzantes,
se extienden los bulevares,
puentes y calles,
restaurantes,
oficinas,
museos, casas y comercios,
plazas como templos,
palacetes,
más palacetes
y más comercios
de momentos que satisfacen vidas,
de verdades que saben a mentiras
y prostitución general.
Entonces;
El puerto se abre
apabullante
con sus gigantes cuervos de hierro amenazante
esperando desembarcar,
gordos peces flotantes
de Asia, Oceanía
Latinoamérica y Canadá
llegan, ofrendan
y se van.
Al sur,
el aeropuerto
fluyendo de historias, anhelos
con sus miles de divisas y pasaportes
nutriendo la ciudad.
¡Avanza!
El monoriel avanza de prisa
desde Seatac hasta la impagable universidad,
los coches, los taxis, camiones
se abalanzan en estampida por la grande avenida
de norte a sur y del sur al norte
cual columna vertebral.
No escuchas?
Gritan
los habitantes gritan
frenéticos,
unos vivos y otros muertos
inocentes
e indecentes de indecible notoriedad,
escúchalos gritar
en los estadios fulgurantes,
conciertos,
centros nocturnos,
parques
y calles, hospitales,
de dolor, de algarabía, de hambre,
de justicia
o en las esquinas
vestidos de pobreza ficticia,
hambrientos de lástima,
de heroína
víctimas de un sistema que nunca es tema,
adormecidos en una brisa tóxica
llamada realidad.
Gritan también
¡Oh sagrada y ejemplar democracia!
en sus marchas
marcadas de ambigua propaganda
de indiferencia, de verdades cortas
o verdades que queman,
los anarquistas,
feministas,
homosexuales,
los de la derecha reclamante y sangrante,
la izquierda primer-mundista,
la burguesía hipsteriana,
los inconformes,
refugiados, activistas,
absolutistas, hipócritas,
los políticamente in-correctos,
los blancos, los negros
y los blancos contra negros,
los contra todos,
los que pasaban por ahí,
y… ¡ah! los inmigrantes,
asiáticos, africanos, latinoamericanos
tratando de vivir un sueño que no existe
en la tierra de la mezquina libertad.
Pero siguen gritando
¡Obstinados!
en los jardines de Mercer Island,
Medina y Madison Park,
en las cocinas,
los taxis,
las construcciones
con su léxico deforme
acariciando sueños de nueve dígitos
con sabor a seguro social.
Ronronea,
la ciudad ronronea
como gata embriagada,
mareada de prosperidad,
en sus callejones y debajo de sus puentes
con sus indigentes,
en la avenida Aurora cual caminante seductora
o en la colina con sus bares y cantinas
o en cualquiera de las esquinas
de Pioneer Square.
Y se ríe;
La ciudad se ríe descarada
no la ves?
porque se sabe idolatrada
por religiosos,
artistas,
liberales y nacionalistas,
por los que nada valen y los que lo valen todo,
la ciudad se alimenta
hambrienta
de sabios e ignorantes
seduce a los audaces,
dividiéndolos
en etnias, géneros, lenguajes
en razas ¡como perros!
muchos prisioneros
de sus miedos e infortunios
de un gobierno tuerto, manco y mudo
y ciudades que parecen prismas
incapaces de cargar el peso de tanta diversidad.
Pero;
La ciudad canta ,la ciudad llora,
la ciudad vive, crea, destruye
y se transforma,
¡vibra!
a cada instante,
a cada inmigrante
a cada risa, a cada estación,
a cada muerte y a cada nacimiento,
a cada marcha y a cada grito de verdad,
a cada inversionista,
a cada orgasmo,
a cada alabanza,
a cada árbol,
a cada ola de mar.
¡Larga vida a la ciudad!